3 de febrero de 2010

El viajero así camina con los ojos de Marco Polo

SERPIENTE QUE BORDEA: VIAJE A HONK KONG

POR CUAUHTEMOC LEON

Para Loren y León


Hong Kong es como una serpiente que bordea el mar, siguiendo la línea de costa con su inmensa columna de edificios serpenteantes, altos elegantes. No son puro cemento, palpitan de día y de noche se iluminan para desplegar su encanto y competir con el atardecer y con las estrellas, hablan al mundo y se reflejan en su firmamento.

Es un punto en el mundo que permite ver cómo serán las ciudades del futuro, así podrían ser y así estarían dominadas por la civilidad y por la riqueza inalcanzable. Es la fusión de no se sabe que.

En el mercado, la zona de los mariscos casi lo es todo, y sus mesas pequeñas contrastan con sus productos. Tienen peceras con todo tipo de animales acuáticos, tortugas de concha suave, anguilas, almejas gigantes, langostas, almejas pequeñas, peces de fondo, planos de la familia de los lenguados, pero eso, eso no es nada comparado con su destreza para disertarlos en rebanadas inimaginadas, que permiten ver (seguramente) a los compradores, no solo la frescura, sino las partes mas intactas del sabor. Partidos en varias formas, el corazón intacto de los peces late, y mientras su cabeza boquea separada del cuerpo, su carne vibra apasionada por la mirada de todos sus interlocutores.

El viajero así camina con los ojos de Marco Polo, y mientras las múltiples chinas se disfrazan para el observador. Esta ciudad no se parece a Shanghái, ni a Beijing, ni a Macao. La altiva ha crecido tanto como la montaña la ha dejado, y sus enormes torres, rascacielos y múltiples construcciones solo hacen ver que ahí esta todo el dinero, y los miles de turistas, principalmente chinos con mapas y camiones con filas interminables guiados por un líder gritón y de voz chillona que los llama con una banderola para no perder a su rebaño de gastadores con foto cámaras. Todo lo ven y todo lo retratan siempre aprisa y espontáneos. Siempre con poses y en los lugares mas disímbolos.

Las tiendas de día y las tiendas de noche, la misma calle tiene su ritmo y se viste según la ocasión, y los transeúntes, miran extasiados las vitrinas y desde dentro se siente el hormigueo de la compra de oro, de alhajas, de computadores, pero sobre todo de celulares y aparatos móviles de sonido, que en una lucha evolutiva por disminuir su tamaño y agregar las mas inimaginables funciones, todo lo pueden. Escuchar música grabada, estar en internet mientras caminan, hablar por teléfono y ver una película o un video, filmar y enviarlo a la red.

El mar está presente en esta ciudad que no es ni trópico ni templada, pero que tiene un clima inmejorable con su brisa y su neblina, que hace un cobijo mientras el tránsito de os camiones y el fluir de los caminantes atraviesan como ríos las venas de la ciudad al mar.

Las calles están impecables de limpias, no hay basura, prácticamente en ningún lado y, sin embargo se puede ver toda la ciudad llena de comercios, puestos de comida y tiendas de todo tipo. La gente camina rápido y ordenada y en los basureros de la calle, a manera de plato hay un cenicero, pues solo en espacios abiertos se fuma y ahí están los encuentros casuales. Y ahí se coincide con los fumadores.

No hay prácticamente ninguna calle sin un señalamiento, nombre de la calle, estación del metro mas cercana (con flechas) hoteles o zonas de importancia (embarcaderos de ferris –muchos-, museos, teatros…) y sobre todo en inglés y en chino por supuesto.

Eso de escribir las memorias en el vuelo de regreso no es muy bueno. Tiene uno que ordenar las ideas y respirar el brinco a más de 10 mil metros de altura… mientras se acerca al polo norte.

Huele a mar y a limpio y a veces a ciudad y a olor de tienda de productos del mar seco, fuerte y concentrado, a calamar y pepino de mar, a pez disecado y seco, a charal, a abulón y a mejillones y a callo de sabrá que caracol o almeja. Y el olor aparece lo menos, pero sus cristales son interminables, sus edificios con cristales de todos los tonos de gris hacen un efecto de caleidoscopio enorme. Y los lados de unos y otros edificios se reflejan y da paso la sorpresa. Toda la ciudad es vertical. Y los edificios viejos, llenos de aparatos refrigeradores para mantener el clima de los departamentos, hacen ver que el verano puede ser difícil. Y sus jardines aparecen como bonsáis a los edificios, ambos dispersos y con esta sensación de estar en un jardín del bisnieto del emperador del futuro.

Uno se para ver el mar y de un lado y otro hay edificios, es una ciudad que creció para verse desde el mar, de un lado y otro. Y para calibrar la tierra, el mar esta surcado por todo tipo de embarcaciones, turbo jets enormes que cruzan hasta Macao desde cualquiera de los muelles de Hong Kong. Miles de caminantes, suben a los autobuses, y de allí pasan al metro y luego al ferri. Y todo es sencillo pero complicado, sencillo porque esta explicado en algún lado, pero los símbolos chinos intimidan la mas plantado, pero también en este sistema impecable, se complica cuando alguien de ellos explica, por sus sonidos guturales y el inglés gutural pronunciado como en las películas, así para ir al hotel, bastaba con decir de forma apropiada, “Lio”, Hotel Río.

Uno sabe que siempre hay dos momentos para traspasar la frontera de las emociones culturales, es como un ensamble de madera, que bien hecho, no importa el estilo del ensamble, uno a las dos piezas, indisoluble y perfectas, pero al fin distintas, unas mas unas menos (ébano y pino) al transitar, uno se va perdiendo en la matriz de donde llega, y sale de ahí siempre con el alma tocada por la memoria, y ahí se queda, sin poder trasmitir esa sensación, esos momentos de excitación donde el olfato y la piel se crispan para alertar que viene una oleada de, al menos de sorpresas, y es ahí que uno debe estar totalmente atento.

Tienen esta diferencia de la china del continente, una forma de modernidad, aquí no escupen o carraspean como los otros, si hablan mientras comen, pero menos, y visten a la última moda y se muestran más agresivos con el cuerpo los jóvenes, y a pesar de sus múltiples y torpes contactos corporales, siempre se disculpan tímidos y exactos, de la flema inglesa. Y todas las grandes compañías tienen locales en cualquier parte pero sobre todo en cualquier centro comercial, de los cientos que se ven. Hay muchas chinas bonitas, pro hay mas en Macao. Los pájaros si trinan en sus calles, y la contaminación se va con la brisa.

Cada rincón es un destello crisol, donde se amalgama un viejo y muy antigua raíz, que se transforma hasta este presente de Hong Kong, pero que para otros lugares es como un deseo o expresión del futuro. Aquí, no importa si se inventó pero aquí palpita llena de energía tecnológica. Y se expresa en un metro impecable y cronometrado, que puede llegar a cualquier lado, cruzando por debajo del agua muchas veces o por la superficie y a gran altura. Uno pasa como gusano barrenador la corteza de la tierra y del agua. Todo es velocidad. Y en sus tiendas también se encuentran sorpresas que hacen que uno se sienta un ignorante, pues basta con imaginar una opción o un sueño para que en una diminuta caja este. Un micro proyector que a plena luz del día puede proyectar a cualquier distancia, y es del tamaño de una cajetilla de cigarros. Una campara que también es proyector. Formalmente amanece primero allá, y van adelantados, sean doce horas o 50 años.

No hay personas gordas, pero si una infinidad de combinaciones de alturas medias y bajas, con caras de todos tipos y ojos de múltiples rasgados. Todos vestidos como occidentales (si esto se vale) y las ropas der la republica popular china no se ven. A diferencia de las ciudades de este país en el continente (incluido Beijing) no se ven las olas de ciclistas con sus bicicletas viejas. Motocicletas hay al por mayor, pero al menos en Hong Kong, la mayoría se mueve en el transporte público, elegante y limpio, tan nuevo que incluso hace pensar que todos los camiones que circulan son turísticos. Camiones de doble piso tipo Londres, circulación también inglesa, es decir, al revés que la de nosotros.

Todo se compra y todo se regatea, no hay precios fijos. El límite es lo que ellos saben, y por tanto es irreal para el visitante. Nunca se sabe si esta uno en el precio del comercio y cuál es el nivel, la calidad y las posibilidades de fracaso en la compra. Nunca lo abandona a uno la idea de que hay por ahí un mejor producto, un mejor precio, mejor calidad, mejor color. Una infinita sensación de insatisfacción combinado con una necesidad infinita también de consumir, todo.

Masajes de pies, abulones frescos o secos, peces de fondo, comidas japonesas, portuguesas, malayas, tailandesas, de los reyes chinos, americanas, de anguilas, de gusanos, de patos disecados de huevos de mil años.

¿Cosas malas? No vi ninguna. Incluso los andadores o callejones más obscuros daban seguridad. Una ciudad de costa, con olor a mar, a comida a movimiento. Una ciudad que a pesar de su enorme población, apretujado tráfico, enormes edificios, más gente, no angustia, fluye en tanto ríos de gente, marejadas de autobuses y motocicletas, desfile de edificios y letreros luminosos, carnaval de tiendas y vitrinas, objetos y mercancías.




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