30 de junio de 2009

Don De Lillo, El hombre del salto

El afán de destruir es un afán creador
Por Héctor León


Don de Lillo, novelista estadounidense. Nació en el Bronx, Nueva York y estudió en la Universidad de Fordham. El asesino de Kennedy, (Lee Harvey Oswald) vivía a tres cuadras de su casa, por lo que le dedicó una novela. Desde la terraza de su casa, una terraza espantosa construida por él mismo, vio como se desmoronaban las torres gemelas: una sola torre sería demoníaca, por eso la equilibraron con otra, decía, y todos sabían que algún día un terrorista las derrumbaría.

Era fácil y de esperarse, decía. Por eso, escribió otra novela, El hombre del salto, donde disuelve una historia a partir de la imagen de un hombre que sale entre los escombros de las derruidas torres. Aunque la mejor imagen es para De Lillo, precisamente, la del hombre que viene en caída libre. Como la de aquellos yuppies de Wall Street que ante el derrumbe de la bolsa se aventaban sin paracaídas.

Sí, De Lillo escribe sobre los hombres exitosos de la nación americana que se llevan de corbata a las naciones pobres y, de paso, lo acabamos de ver en esta crisis económica, a la nación más poderosa del mundo. O sea, a todo el mundo. De Lillo, entonces escribe sobre la cultura americana, es su leit motiv: la violencia que ejerce un hombre sobre el otro.

Los temas de este gurú son el bajo mundo, pero empresarial. Al revés volteado, pues. Ya sea en un territorio de las ansias por el control del mundo, ya sea ante un territorio de terrorismo o de la calamidad de un desastre ambiental. En medio, individuos con la vida resuelta. No hay perdedores en su escritura, todos son triunfadores, aunque sus vidas sean un desastre en el amor, por ejemplo.

Un periodista ajeno a todas las verdades, un rockero infame que sólo desea colgarse la medalla empresarial, convertirse en slogan. Un Woody Allen que cree que el mundo es Nueva York y su tráfico. De ahí que recrea, en otra novela, el transcurso entre las calles neoyorkinas de un yuppie para alcanzar la peluquería donde su padre lo llevaba de niño; en ésta, el personaje mata sin querer a su guardaespaldas y pierde algunos millones en la bolsa.

“El tiempo parece trascurrir”, dice en otra novela, porque: “Uno no sabe cómo amar a las personas que ama hasta que éstas desaparecen de pronto”. Y sí, el amor es una cuestión de mercadeo que se puede comprar en un escaparate, aunque no existe este escaparate, para De Lillo, la mujer es un artículo de lujo y, por tanto, inalcanzable.

La novela es, para DeLillo, “el escape a través del sueño, la suspensión de la realidad que necesita la historia para escapar de su brutal confinamiento”.Y la vida de norteamerica es una serie de televisión, donde cada quien adopta un papel, como en el cine, y el desastre es sólo cuestión de minutos. ¿A quién le falta una pistola? parece decir. ¿A quien le falta una vida? Vamos, cómprenla en un aparador de Brodway.

Don DeLillo afirmó alguna vez: "Me convertí en escritor por el solo hecho de vivir en Nueva York y atender a las cosas buenas, prodigiosas y aterrorizantes que la ciudad logra ensamblar".

En una de los pocas entrevistas que ha otorgado, rescatamos:
-Usted ha sido comparado con Ballard y Orwell por este carácter visionario; ¿cómo funciona el radar?
-Cada uno de mis libros llega primero como una visión tridimensional. La calle no siempre es la fuente. A veces tengo una idea, otras es una foto que me impacta, como en El hombre del salto , la foto del trabajador que sale de las torres con el portafolio cubierto de polvo. Es misterioso. De hecho, lo que me encanta de la ficción es este misterio.
-¿Tuvo un llamado del compromiso?
-Sí y no... Libra : la empecé al enterarme de que Lee Harvey Oswald, el asesino del presidente Kennedy, vivió y creció en el Bronx, como yo y por los mismos años. Oswald vivía apenas a cinco cuadras de mi casa cuando él tenía 13 y yo 16. Eso me dio la sensación de estar sumergiéndome en un momento crucial de la historia de mi país.
-Las Torres Gemelas aparecen en pie en tres de sus novelas, antes de aparecer en ruinas en "El hombre del salto". Siempre son una instancia tétrica del circuito urbano.
-Es que las vi levantarse en el horizonte, con eso bastaba... Nunca fui optimista sobre el influjo de las Torres. Mi esposa y yo vivíamos en la calle 32 en ese momento, a casi treinta cuadras, y estábamos construyendo una terraza. No bien la construcción superó cierta altura, ya se podía apreciar que era un ejemplo de arquitectura catastrófica, tan descomunal y omnipresente. La única manera de que pudiéramos soportarlas era por su dualidad, una sola habría sido enloquecedora. Al menos siendo dos, se neutralizaban y suavizaban por su diálogo de luces en espejo.Volvamos a "Cosmópolis". Packer apuesta su fortuna contra el yen. Se publicó en 2003 y fue leída como un retrato de George Soros cuando perdió los dos mil millones apostando contra el rublo. Pero ahora se la lee como su novela sobre las Torres.
-¿Cuándo fue lo de Soros?
-No tenía ni idea, él no fue mi referente.
-¿Sabe cómo surgió ese libro?
-Con la idea de hacer una novela sobre la pesadilla del tránsito entre el este y el oeste de Manhattan en un día laborable. En una de mis caminatas por la ciudad me encontré ante un nuevo edificio resplandeciente en la 47 y la Primera avenida. Me dije, "Podría ser la vivienda de un multimillonario". La segunda cuestión: a comienzos del 2000 era el delirio de las limusinas blancas. Me dije, "¿Qué pasa, qué hace esta gente en estos ridículos autos descomunales, un pasajero y un conductor en un espacio de diez metros de largo que no deja sitio a nadie?
-¿Y el espacio?
-Usted y yo podemos hablar sin saber en qué punto nos encontramos. La presencia del otro ya no es fehaciente. Hoy día somos ubicuos por primera vez en la historia. Podemos ser personajes de Philip Dick.
Especialmente si uno vive en la ciudad, la tecnología vuelve el tiempo más intenso y, sobre todo, inmediato. Es cierto que el espacio también se ha vuelto ficcional. Los relojes digitales separaron el tiempo del espacio. En el reloj de números, la distancia de la aguja relacionaba el tiempo restante para una cita con un tramo material, el que espacio que le faltaba recorrer en el cuadrante. De algún modo, uno encajaba las actividades de modo imaginario allí. Ahora el espacio a recorrer, el tiempo que falta transcurrir ya no está en el instrumento. Es numérico y por lo tanto, virtual.Usted no tiene asesinos seriales sino homicidas muy dedicados, al estilo Oswald o el Benno Levin –¿Bin Laden?– que mata a Packer.
Los seriales ya parecen cosa del pasado. Hoy es el tiempo de los jóvenes asesinos múltiples al voleo: ¿serán ellos el nuevo fenómeno "futurible"? Ah, culpa de la tecnología, ya lo ve... (risas). Muy sencillo, la juventud está muy holgazana; a estos asesinos les da pereza contar...

Extracto de Cosmópolis.
"-El futuro es siempre una totalidad, una igualdad absoluta. Allí todos seremos altos, fuertes, felices -dijo ella-. Por eso fracasa el futuro. Siempre fracasa. Nunca podrá ser ese lugar cruelmente feliz en que aspiramos a convertirlo.Alguien arrojó una papelera contra la ventanilla posterior. Kinski hurtó el cuerpo sólo un ápice, inmediatamente al oeste, pasado Broadway, los manifestantes habían erigido barricadas de neumáticos en llamas. En todo momento, en todo lugar parecía existir un plan rector, una meta. La policía lanzaba balas de goma en medio de la humareda, que ya ascendía por encima de los carteles publicitarios. Otro policía se hallaba a escasos metros, ayudando al equipo de seguridad de Eric en la protección del automóvil. No supo qué sentir a ese respecto.-¿Cómo sabremos cuándo habrá llegado oficialmente el final de la era de la globalización?Aguardó la respuesta.-Cuando las limusinas extra largas comiencen a desaparecer de las calles de Manhattan.Unos hombres orinaban contra el automóvil. Las mujeres lanzaban botellas de refrescos rellenas de arena.-Esto es una muestra de ira controlada, diría yo. Pero me pregunto qué sucedería si supieran que el mandamás de Packer Capital se encuentra a bordo del automóvil.Ella lo dijo con maldad, encendidos los ojos. Los ojos de los manifestantes resplandecían entre los pañuelos rojinegros con que se cubrían la cabeza y se tapaban la cara. ¿Los envidiaba? En las ventanillas blindadas a prueba de balas se pintaban grietas finas como un cabello, y tal vez pensó que le gustaría estar ahí fuera, destrozándolo todo.-Toda esa gente trabaja para ti. Actúan de acuerdo con las condiciones contractuales que impones -dijo ella-. Si te matan, será sólo porque tú lo has permitido, con tu arrobada reticencia, como forma de subrayar una y mil veces la idea de que todos estamos a las órdenes de alguien.-¿Qué idea es esa?El bamboleo fue a peor. La observaba seguir los bandazos de su vaso de lado a lado, antes de dar un trago.-La destrucción -dijo ella.En uno de los monitores vio figuras que descendían por una superficie vertical. Le costó un momento entender que bajaban en rappel por la fachada del edificio de enfrente, donde estaban situados los visualizadores digitales del mercado de valores.-Ya sabes lo que siempre han creído los anarquistas.-Sí.-Pues dímelo -dijo ella.-El afán de destruir es un afán creador.

1 comentario:

  1. Hola, he hecho un blog dedicado a las confesiones de benno levin. Bueno es unicamente para leer el texto on line. http://lasconfesionesdebennolevin.blogspot.com/

    ResponderEliminar